domingo, 26 de enero de 2014

Negruzcas palabras



Había muerto. Debía aceptarlo de una maldita vez. 

Sus ojos, siempre abiertos e iluminados, parecían ahora dos esferas blanquecinas, encerrados en unos capullos de piel. Los labios, estaban grises, sin un ápice del color rojizo que antes los teñían y que tanto incitaban a besar. Su cabello, siempre recogido en dos perfectas trenzas, ahora estaba esparramado alrededor del ovalo de su rostro. Era como sangre negra pintando las briznas de hierba. Y su piel, que le había parecido que eternamente tendría ese color rosado tan dulce, estaba ahora fría al tacto y clara, tan transparente como un trozo de hielo.

Y, en su cuello, largo como el de un cisne, dos marcas de enormes manazas estaban grabadas en el.

Sollozo y coloco sus manos tras su espalda, avergonzado al recordar lo ocurrido. Ya no podía dar marcha atrás. ¡Si le hubiera respondido con un agradable si…! Pero no, su amada quería más tiempo, ¡y él no lo tenía, ya no quería esperar más! 

Y, de la tristeza y rabia que sintió a su rechazo, con todo su amor la había dejado tendida, sin vida, en la helada hierba.


3 comentarios :

  1. Hermoso y triste texto, me ha gustado mucho :)

    Un abrazo!

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  2. Tan triste, tan hermoso...
    La vida de un preciosa joven se apaga lentamente.
    Un texto perfecto, llega al corazon, un beso
    Lena

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  3. Me alegro que os haya gustado :) Es la primera vez que me adentro a este tipo de relatos.

    ¡Nos leemos!

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