Había muerto. Debía aceptarlo de una maldita vez.
Sus ojos, siempre abiertos e iluminados, parecían ahora dos
esferas blanquecinas, encerrados en unos capullos de piel. Los labios, estaban
grises, sin un ápice del color rojizo que antes los teñían y que tanto
incitaban a besar. Su cabello, siempre recogido en dos perfectas trenzas, ahora
estaba esparramado alrededor del ovalo de su rostro. Era como sangre negra
pintando las briznas de hierba. Y su piel, que le había parecido que
eternamente tendría ese color rosado tan dulce, estaba ahora fría al tacto y
clara, tan transparente como un trozo de hielo.
Y, en su cuello, largo como el de un cisne, dos marcas de
enormes manazas estaban grabadas en el.
Sollozo y coloco sus manos tras su espalda, avergonzado al
recordar lo ocurrido. Ya no podía dar marcha atrás. ¡Si le hubiera respondido
con un agradable si…! Pero no, su amada quería más tiempo, ¡y él no lo tenía,
ya no quería esperar más!
Hermoso y triste texto, me ha gustado mucho :)
ResponderEliminarUn abrazo!
Tan triste, tan hermoso...
ResponderEliminarLa vida de un preciosa joven se apaga lentamente.
Un texto perfecto, llega al corazon, un beso
Lena
Me alegro que os haya gustado :) Es la primera vez que me adentro a este tipo de relatos.
ResponderEliminar¡Nos leemos!